Por la mañana temprano las pantallas y sistemas holográficos de la inmensa cápsula Station Park comenzaron a parpadear como si dudaran entre quedarse encendidos o apagarse para siempre.
La Station Park era un grandioso bosque de abetos holográfico, tal y como eran antes del Apocalipsis. Completar el escenario fue una ardua tarea por parte de un amplio grupo de profesionales, entre ellos ingenieros, programadores y diseñadores gráficos. Basaron sus suposiciones de cómo sería un bosque real, tomando como referencia antiguos libros y documentación histórica.
Además de las plantas y los árboles, la cápsula disponía de sensores ultrasensibles que regulaban el nivel de oxígeno y la temperatura medioambiental, adaptando el clima a la estación del año. Por eso, durante los meses correspondientes al invierno, el bosque quedaba cubierto de nieve, hasta la llegada de nuevo de la primavera, cuando simulando el deshielo, volvían a brotar las flores.
Todos los aspectos, hasta los más mínimos detalles estaban pensados para que pareciera absolutamente real. Por toda la cápsula había distribuidos unos conductos por donde salían chorros de aire que imitaban un cálido viento, una brisa fresca o un tormentoso vendaval. En cuanto a la fauna, se escuchaban los cantos de los pájaros o la lluvia al caer, gracias a los altavoces escondidos en sitios estratégicos de la bóveda. Cuando llovía, el aroma a tierra mojada era tan penetrante, que inundaba cada rincón como si se tratara de un recuerdo vívido, que se desvanece repentinamente al abrir los ojos. Sin embargo, aquel sueño se podía mantener intacto y con los ojos bien abiertos.
La cúpula era panorámica formaba un gran cielo envolviendo al usuario en un abanico de nubes, de rayos de sol, y en algunas ocasiones, de un cielo encapotado gris y amenazante. Cada día el sol se ponía tiñendo el techo de tonos violetas, rosas y anaranjados, y daba paso al manto de estrellas, propio de la noche cerrada. Los sonidos de los pájaros cantores eran sustituidos por los de la fauna depredadora y nocturna, como los búhos o los lobos.
Por alguna razón Liam Fox se sentía atraído por la Station Park, tan lejos de la auténtica realidad y sin embargo, tan cercana a su auténtica naturaleza. Cada mañana hacía el mismo recorrido de 3 km. que le mantenía en forma y calmaba su espíritu inquieto. No obstante, aquella mañana su visión del bosque amenazaba con desaparecer ante sus ojos. La Station Park nunca se había apagado, ni había dado ningún error. Comprendió que aquella interferencia magnética sólo era posible a causa de una persona. La única en aquella ciudad capaz de ejercer un poder mental tan concentrado como para interferir en las ondas de energía, que desprendía de forma natural el núcleo terrestre.
Contestó a la llamada entrante de su teléfono, e inmediatamente salió de la Station Park como alma que lleva el diablo. Acababa de empezar la misión.