-Por orden directa de Akuma Gesher quedan detenidos, acompáñenos sr. Fox y Doctora Polanski -ordenaron mientras les apuntaban con sus armas.
-Esto debe ser una equivocación. Estamos aquí por orden del mando de esta sección. Nos han llamado para que reparemos los sensores rotos del ascensor -respondió Liam sosteniendo la mirada a aquellos ojos hechos de frío vidrio y metal.
-Lo sabemos, y aun así están detenidos. Acompáñenos… -sentenció de forma tajante.
-¿Se puede saber por qué razón? -exigió Vega.
-Porque sois unos traidores, para empezar. Akuma sabe perfectamente cuales son vuestras verdaderas intenciones. De hecho, hace escasos minutos un espía le ha dado el mensaje en clave. Conoce los planes de vuestro padre postizo. Ciertamente, desconocemos cómo ese vejestorio ha sido capaz de afectar de esta manera el suministro de corriente en la ciudad. Eso ahora da igual, ya nos encargaremos de averiguarlo, pero os informo de que Akuma tiene oídos en todas partes, hasta en las propias filas de sus oponentes. Ya ven, traidores como vosotros hay en todos sitios -dijo escupiendo las palabras como si lanzara un afilado cuchillo. Realmente la inteligencia artificial ha llegado tan lejos como para hacer de un androide un capullo, pensó Vega asqueada.
Aquellos sistemas inteligentes se habían “humanizado” hasta tal punto, que no sólo simulaban a nivel físico un ser humano, sino también a nivel emocional. Su forma antropomórfica estaba recubierta de una piel sintética, y formada por materiales como el grafeno, el platino, el acero, el cristal metálico, el polímero translúcido y los microfluidos. Todos ellos materiales de gran resistencia para sus mecanismos estructurales, eran los que daban forma al esqueleto y el armazón, pero también tenían partes blandas capaces de una deformación casi muscular. A nivel de conciencia y emociones, los androides tenían incorporados componentes “emotivos” como indicadores de estado, “sentir ira” o “sentir miedo” como otros aspectos de la naturaleza humana. Todo esto era posible gracias a un sistema de retroalimentación que les permitía tener conocimiento de su propio “yo”, reconociendo sus estados internos. Por lo tanto, su sistema emocional y racional se complementan de tal manera, que tenían su propia autonomía y toma de decisiones. Pensaban como humanos a través de una redes neuronales artificiales, actuaban como humanos imitando su comportamiento, y como consecuencia a conductas inteligentes.
Además imitaban de manera convincente la libertad de gestos y movimientos humanos.
Liam y Vega habían sido descubiertos, sin entender cómo era aquello posible, o mejor dicho sin saber quién era el delator dentro del partido de su padre. De todos modos, ahora tales cuestiones pasaban a un segundo plano, era mucho más urgente pensar cómo escaparían de aquellos tres robots humanoides.
Vega había desarrollado gradualmente una capacidad fuera de lo común para la transmisión de información a través de ondas de pensamiento, y si bien su capacidad todavía distaba siglos de la de su padre que era capaz de usar la telepatía de forma natural, en sus sesiones Vega iba adelantada en comparación a su hermano, demostrando un talento innato para dicha materia. Podía transmitir mensajes básicos como sentimientos o emociones, sin embargo los mensajes más complejos y detallados todavía se le resistían. Sólo había un problema con este sistema, y era que las ondas de pensamiento podían atravesar cualquier material menos el iridio, material con el cual estaba recubierta la ciudad de Under Legacy.
El iridio era un material sólido muy duro y resistente a la deformación. Abundaba debajo de la corteza terrestre, por este motivo, pasó a formar parte de la estructura exterior de la ciudad. Lo que los ingenieros desconocían era que el material formaba una barrera para los campos electromagnéticos, con lo cual la ciudad quedaba aislada de interferencias de onda. El maestre se veía impedido para comunicarse con Erleak y transmitirle él mismo el mensaje urgente por telepatía, pues la misma coraza que protegía la ciudad imposibilitaba tal acción. Con todo, había intentado enseñar a sus alumnos la manera de hacerlo, para así al menos poder utilizar aquella habilidad entre ellos.
Vega agradeció las clases recibidas en aquel momento, y haciendo uso de sus capacidades neuronales transmitió una emoción de inquietud, de miedo y alarma a Solomon. Cerró sus ojos para concentrarse ante el gesto de incredulidad de su hermano que desconocía qué estaba pasando por la mente de su hermana.
-Vega, ¿qué haces? -dijo a media voz.
En los ojos de aquellas máquinas se desplegaron unos textos cifrados que corrían a toda velocidad ante sus pupilas, transmitiendo información programada procedente de su software que sólo ellos eran capaces de comprender. El androide jefe acabó de procesar la información, y se dirigió nuevamente a Vega.
-¡Te ordeno que dejes de transmitir información a nivel subconsciente de inmediato!
Su cerebro, en concreto su glándula pineal estaba actuando como emisor de ondas. La capacidad cerebral de la mujer presentaba una actividad asombrosa que sólo algunas personas, con el entrenamiento adecuado podían llegar a desarrollar, alcanzando poderes psíquicos. Era de esperar que aquella inteligencia artificial dotada de sensores receptivos a cualquier variación del entorno se diera cuenta.
-¿Cómo es posible? -se preguntó el robot en voz alta.
-Basta con mantener la mente en blanco, y poner un dique a la corriente mental. Formar ese bloque psicológico, es como flotar en el agua – Liam repitió las palabras que largo tiempo había oído del maestre, entendiendo ya entonces lo que pretendía su hermana; dar la voz de alarma a su padre. Ella estaba en absoluta concentración, por lo tanto él trataría de ganar tiempo, dándoles conversación.
-Tu hermana está emitiendo ondas a una velocidad de vibración cada vez más alta, o haces que pare en este mismo instante, o disparo. -amenazó apuntando directamente a Vega mientras en su cara se esbozaba una malévola sonrisa.
Una mezcla de ira y miedo fue creciendo en el interior de Liam, un flujo que nacía del estómago e iba subiendo por su espina dorsal como una serpiente. La fuerza que salía de sus entrañas cada vez más intensa, escalaba furiosamente por todo su cuerpo hasta llegar a sus ojos, que se tornaron de un fulgurante color gris azulado como el hielo. Los androides dieron un paso atrás al ver su mirada, pero al mismo tiempo empuñaron con más determinación sus armas, agarrándolas con más fuerza.
Liam sin ser consciente de ello, desprendía aquella luz azulada por sus ojos, energía que se concentraba mientras sentía aquella furia dentro de sí. Echó un rápido vistazo alrededor de la sala, había cambiado su visión, ahora lo veía todo como si se tratase de un negativo en tonos azulados. Nunca antes le había pasado nada igual pero también era verdad, que tampoco nunca antes había estado su hermana en una situación de vida o muerte. Era su única hermana, aunque no fuera de su sangre la quería tanto como si lo fuera. Además le había prometido a Solomon que cuidaría de ella. Miró a su alrededor buscando alguna salida, mientras Vega continuaba en trance lanzando gritos silenciosos de auxilio al gran maestre, el único con el que se podía comunicar en aquellas circunstancias, y sobretodo el único capaz de inhabilitar a aquellos cyborgs.
Al fin lo encontró, un pequeño pero afilado objeto que le habían conseguido en el mercado negro del distrito UR315. Un lugar un poco siniestro dentro de la ciudad, dónde se podían encontrar traficantes de antiguos objetos que de vez en cuando salían a la luz, normalmente debido a que sus dueños necesitaban venderlos por falta de liquidez en sus cuentas. De ese modo, Liam había conseguido aquella navaja perteneciente a alguna familia caída en desgracia, herencia de generaciones pasadas. La pequeña arma era un vestigio del antiguo mundo, su empuñadura era de un material asombroso, perteneciente al colmillo de un animal extinguido. Era de color ivory y tenía grabados unos relieves hechos a mano. La hoja era de acero de buena calidad. El único problema era que la había olvidado encima de una estantería situada al lado de Polanski.
-Vega, ¡abre los ojos! – la agarró por los hombros zarandeándola con desesperación para que volviera en sí. Entre tanto, los androides expectantes se debatían entre dispararles, o esperar. Las órdenes de Akuma habían sido claras: detenerlos, traerlos vivos y disparar sólo en caso de huida.
Liam maldecía su inaptitud para la telepatía, pues sólo podía comunicarse mediante las palabras y parecía que su hermana hacía caso omiso a la comunicación puramente verbal. En una milésima de segundo agarró la navaja, aprovechando su acercamiento a la estantería y antes de ser consciente, el desconcertado androide cayó al suelo con el cuchillo clavado en su placa madre. Su procesador estaba destruido. Aprovechando el momento de distracción, se tiró al suelo agarrando a su hermana. Cayeron bruscamente al suelo. Vega abrió de golpe los ojos, recuperando la conciencia y corriendo llegaron a la parte trasera de una mesa cercana sirviéndoles de improvisado de refugio. Les estaban disparando a poca distancia.
Sentados de espaldas detrás de la improvisada barricada era cuestión de segundos que acabaran muertos. Los humanoides procesaban rápidamente el nivel de riesgo del entorno, y pronto llegarían a la conclusión de que estaban totalmente indefensos. Entretanto Liam se volvió hacia su hermana. Su mirada había vuelto a la normalidad.
-En qué momento te pones a meditar joder, casi morimos. -riñó a Vega. Ella le devolvió una sonrisa pícara, dándole a entender que tenía buenas noticias.
-Está avisado Liam. Solomon ha recibido el mensaje y va a ayudarnos. Hemos de aguantar sólo unos minutos. En cuanto a los tres androides, Solomon los desactivará, entonces entraremos en el ascensor.
-Solo hay que desactivar dos, el tercero tiene un cuchillo clavado en la placa, por cabrón. -se giró sobre sí mismo, atisbando por un lado de la mesa, para confirmar que sólo había dos en pie y que el tercero continuaba tirado en el suelo.
-¿Un cuchillo, dices? -preguntó incrédula.
-Se llama navaja, una arma antigua. El caso es que mientras tu estabas a lo tuyo, he dejado K.O a unos de esos. Acuérdate que nos requisaron nuestras armas atómicas al entrar a la cápsula, así que no tenía otra cosa.
-Si, es verdad… pero me pregunto ¿cómo has podido atravesar el procesador del androide si está protegido por una carcasa fabricada en platino? -preguntó Vega asombrada, ya que aquel material era uno de los más resistentes que existían.
-La verdad es que es asombroso y desconcertante a la vez, pero no tenemos tiempo ahora. Cúbreme, voy a salir o nos encontraran antes de que los desactive Solomon. Cogeremos lo que encontremos a mano para cubrirnos, -indicó hacia dónde debía mirar.
-Esa pantalla de ordenador nos servirá de escudo temporal. ¿Ves aquella esquina de allí, justo al lado del panel de acceso al ascensor? – dijo señalando con el dedo. Vega asintió con la cabeza, nada convencida -Espera allí mientras que los despisto hacia la salida, pensaran que queremos escapar. Los androides se acercaban cada vez más.
-¿Tienes otra navaja de esas? -preguntó preocupada Vega. Ya sabía que su hermano era algo temerario, pero aquella idea le parecía sin lugar a dudas la peor que había tenido en toda su vida. Él negó con la cabeza, así que prosiguió -Mejor nos quedamos aquí Liam, tardará poco en desactivarlos y entonces saldremos sin peligro- le susurró asustada.
En aquel mismo instante, justo acababa de decir aquellas últimas palabras, cuando uno de los androides se asomó por un lado de la mesa dispuesto a disparar. Liam cogió un teclado de ordenador y se lo estampó contra la cabeza. Se rompió en varios pedazos, pero el androide seguía como si tal cosa, aunque algo desconcertado al ser atacado por un vulgar teclado de ordenador, que nada tenía que hacer con aquel prodigio de la tecnología más ultraavanzada.
-¡Corre! -gritó. Dando un salto se subió a hombros del androide como si se tratase de un toro mecánico. Aquella inteligencia artificial poco preparada para asaltos tan toscos, se revolvía furiosa queriendo deshacerse de la lapa humana que tenía enganchada al cuello. Liam daba vueltas vueltas sobre sí mismo, hasta acabar mareado al punto de quedarse pálido como la empuñadura de su estimada arma. El humano y el androide chocaron con una columna, cayendo al suelo. El otro androide que había estado apuntando a Liam sin obtener un blanco seguro, ahora vió la oportunidad de rematar la vida de éste, inmóvil junto a su compañero. Un segundo antes de disparar, justo cuando su dedo apretaba el gatillo, su brazo cedió. Su sistema central de energía se acababa de desconectar de manera fulminante.
Solomon había conseguido deshabilitar a los soldados cibernéticos gracias al aviso mental de Vega, que acudió en ese momento junto a su hermano. Éste yacía estirado en el suelo entre los dos androides inertes, abriendo y cerrando los ojos en un intento para centrar la visión.
-Liam, ¿estás bien? -preguntó preocupada.
-Vomitar -alcanzó a pronunciar con un hilo de voz, levantándose del suelo. Corriendo, se detuvo a medio camino para desahogarse de todo lo que contenía su estómago, sintiéndose acto seguido mucho mejor y volviendo el color a sus mejillas.
-¡Menos mal que estás bien! – dijo abrazando a su hermano.
Se dirigieron rápidamente a la puerta del ascensor, pero no sin antes recuperar Liam su navaja, que tan buena suerte le estaba dando. A decir verdad, él tampoco se explicaba cómo aquel utensilio arcaico podía haber atravesado los “huesos” de una máquina casi indestructible. La navaja estaba hecha de simple acero, de buena calidad sí, pero al fin y al cabo, los nuevos materiales eran mucho más resistentes y duros. Por un momento, un pensamiento fugaz le pasó por la cabeza, quizás he sido yo. Había notado algo raro en sus ojos y qué decir de la visión, pues por un instante lo había visto todo teñido de color azul, pero era imposible, no, no podía ser. Se quitó aquella idea de la mente al instante. Introdujeron el código de acceso en el panel del ascensor tubular y rápidamente entraron dentro, ya tendría tiempo de pensar que es lo que había pasado. En cuestión de minutos, los llevó al exterior del planeta, más allá de lo que su imaginación podría haber abarcado por sí misma, ni en un millón de años.