Como dijo un escritor llamado Stevenson: “no hay deber que descuidemos tanto, como el deber de ser felices”.
Saber disfrutar de la vida es un arte, y requiere de cierto grado de sabiduría. Pasa el tiempo, más rápido de lo que creemos, y cuando lo damos todo por sentado, hemos de reaprender de nuevo, lo que ya creíamos aprendido.
A veces hemos de volver a mirar lo cotidiano con nuevos ojos, descubriendo una belleza que quizás antes nos pasó desapercibida.
Me refiero a la belleza de las cosas que nos envuelven el día a día, y que forman parte de nuestra rutina.
Las cosas realmente significativas suelen suceder de manera silenciosa, no con fuegos artificiales. Cosas como contemplar una puesta de sol, tararear contento una canción al caminar, detenerse a acariciar un perro, oler la tierra mojada, encontrar la paz en el hogar, o tener la dicha de amar a alguien y ser correspondido.
Algunos sentimos que la felicidad suprema recae precisamente en esas cosas invisibles, así que yo solo quiero una cosa para todos nosotros:
que nuestras alas vuelen libres sin tristezas, sintiendo la vida en el pecho. Que nunca tengamos miedo de mirar de frente nuestros sueños gigantes, porque podemos tenerlo todo.